La dificultad, a la vez que la gloria, de la vocación educativa consiste en que reclama dedicación profesional y cualificación técnica, permanente aquélla y actualizada ésta.
La educación es el resultado de ese encuentro imprevisible e improgramable que tiene lugar entre dos miradas, dos esperanzas y dos historias: el maestro y el alumno. Todo debe ser calculado como si la transmisión de ideas, ideales y valores lograra un efecto auto-mático, como si la obra por realizar fuera similar a la que el escultor lleva a cabo desbastando un trozo de mármol o la del escritor redactando una página.
Pero la tarea del educador, sea él padre, maestro, amigo o guía, no es pensable en claves ni de obra material ni de creación espiritual. Primero porque en la educación no se trata del encuentro entre quien sabe y quien no sabe, entre quien posee y quien carece, sino de una misteriosa interfecundación entre dos inteligencias y dos libertades.
Ella tiene lugar por un lado entre el deseo, que apenas se conoce a sí mismo y no encuentra palabras para expresarse y por otro la disponibilidad para acoger y corresponder.
Educación es un proceso de interrelación personal y de interacción intelectiva. Cada generación biológica trae consigo una semilla, espera un campo abonado y un labrador que permita a aquella semilla encontrar la sementera propia. El crecimiento del conocer en la historia se debe a ese impulso biológico, imprevisible y misterioso de cada nueva generación, portadora de preguntas que antes no nos habíamos hecho, de esperanzas que antes no habíamos acunado y sueños que no habíamos brezado.
Todo tiene que ser pensado de antemano y preparado como si se tratase de una operación mecánica y, sin embargo, hay que entregarse al proceso educativo como si se tratase de un diario milagro. El arte que programa y la gracia que esperando acoge son igualmente esenciales. Cuando en el educador existen ambos, entonces colaboran el interés previo y la atención subsiguiente del alumno, el espacio que ofrece holgura acogedora y el silencio que crea el ámbito necesario para que la palabra del otro nazca confiada.
Espacio y tiempo, silencio y palabra, arte y gracia constituyen los tramos y traviesas que forjan el tejido interior de un hombre que va naciendo, creciendo, constituyéndose en sujeto libre de su propio destino, en ciudadano capaz de asumir la sociedad en que vive, en profesional cualificado que realiza la obra bien hecha, en la que despliega su propia perfección, realiza un servicio comunitario y se abre a un orden de eternidad y santidad, en el que las preguntas se corresponden y las respuestas se iluminan.
Jornadas: Educación y educador
La educación en valores en la escuela actual
Madrid 2002
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